domingo, 28 de julio de 2013

Modelos (No. 36, abril-junio 2007)



Mi trabajo consiste en parte en maquillar textos de prosa divulgativa para dejarlos publicables. A veces esta tarea es como retocar a Halle Berry, otras como poner visible para el funeral a un atropellado; pero de todos los textos he sacado provecho. Gracias a este trabajo he logrado discernir varios modelos de divulgación, varias formas de proceder que implican ciertas suposiciones interesantísimas acerca de quién es el lector y lo que significa divulgar. Aquí les presento unos cuantos.

El modelo depredatorio. En este modelo el lector es como una presa: hay que agarrarlo desprevenido, atacarlo por sorpresa y saltarle al cuello antes de que tenga tiempo de huir, o siquiera de darse cuenta de que le llegó la hora. He aquí un ejemplo anotado:
“Amiguito, ¿sabías que todos tenemos genes? (Perfecto: el lector no sospecha nada. Engañado por nuestra amabilidad rayana en la ñoñería, se deja llevar y sigue leyendo.) Los genes son como unas semillitas que hacen que nos parezcamos a mamita, a papito o al cartero. (El lector está medio atontado. Es el momento de atacar sin piedad). Se sabe que muchas especies de Drosophila son polimórficas para inversiones cromosomales. Éstas se detectan fácilmente por examen citológico de los núcleos de las glándulas salivales larvales”. Misión cumplida. El enemigo (o sea, el lector) ha muerto, pero la ciencia se ha presentado con fidelidad y pureza, que es lo que importa en este modelo.

El modelo de déficit. Este socorrido modelo conlleva la idea central de que cualquier investigador puede ser divulgador, porque divulgar es como dar clases, pero para tontos. El término déficit se refiere, desde luego, al déficit de habilidad divulgativa de los autores que lo emplean. Igual que en el modelo depredatorio, en el modelo de déficit se emplea mucho lenguaje técnico, pero no para transmitir un mensaje científico impoluto, sino para apantallar al lector. Es muy importante que el lector, que no sabe nada, crea que nosotros sí sabemos mucho. Que el lector sepa quién manda es lo único que importa.

El modelo NPI es especial para investigadores benévolos que, sin experiencia en divulgación, han decidido bajar del empíreo y desparramar algunas margaritas de sabiduría científica entre los cerdos (el público, ¿quién más?). El siguiente ejemplo deja clarísimo el porqué de las siglas NPI: “Amiguito, ¿sabías que todos tenemos genes? (Dobzhansky, et al., 1937; Maynard Smith, 1964; Dawkins, 1976)”.

Para terminar me gustaría discutir otro modelo, pero no de divulgación, sino de evaluación de la divulgación: lo que yo llamo el modelo de evaluación por dispares. A los divulgadores universitarios no nos evalúan nuestros semejantes, sino unos señores que se dedican profesionalmente a otra cosa: la investigación científica. Debe ser muy buena idea, no digo que no. Pero a mí me parece que pedirles a unos investigadores que evalúen el trabajo de los divulgadores es igual de lógico que creer que el mejor juez de unas pechuguitas cordon bleu es el pollo.

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