domingo, 28 de julio de 2013

Divulgadores perros (No. 30, octubre-diciembre 2005)


Cuando entré a trabajar en la DGDC creía que la divulgación de la ciencia era una especie de cruzada en la que todos los participantes debíamos luchar juntos. Pensaba que una labor tan importante, y al mismo tiempo tan poco apreciada, exigía que quienes nos dedicamos a ella fuéramos colaboradores, sin importar si trabajamos en Universum o en Papalote Museo del Niño, en la UNAM o en la Universidad Nicolaíta de Michoacán, en el DF o en Guadalajara. Me imaginaba que era fundamental cooperar.
Je, je. ¡Qué tonto!
Y si ustedes pensaban lo mismo, je, je, ¡qué tontos! también.
Hoy soy más viejo y por lo tanto (quién lo dudaría) más sabio. Más aun, hoy me he empapado en las edificantes costumbres de mi entorno —sobre todo gracias a la contienda electoral— y he constatado la profunda verdad y belleza de lo que un autor francés remilgado y llorón llama el “cinismo ambiente de una sociedad de perros”, pero que yo llamaré la “sagacidad postingenua de una comunidad de iluminados”. En efecto, la cooperación es una cursilería sentimental propia de otro tiempo. En esta época postmoderna, postindustrial, posthistórica y postcivilizada lo chic no es la cooperación —y ni siquiera el desacuerdo cortés y la competencia leal, esas ñoñerías— sino la reyerta encarnizada y chachalaquera.
“La naturaleza, de fauces y garras sangrientas”, dijo el poeta Tennyson, seguramente en son de loa. ¿No es buenísimo todo lo que proviene de la naturaleza? ¿Los árboles, las hierbas, el rocío? ¿El agua con bacterias, los hongos venenosos, el virus de la gripe aviaria? Pues entonces también es bueno el pragmatismo de la selección natural y la lucha por la supervivencia.
Sobrevivir, para muchos de nosotros, quiere decir llenar anualmente un informe de actividades. Pero no sólo llenarlo, sino atiborrarlo. Con lo que se pueda. Con lo que sea. Lo importante no es que las actividades sean buenas, qué tontería, sino que sean muchas. Les diré cómo le hago yo, pero que quede entre nous.
Todos conocemos ya la estratagema de incluir en el informe hasta el curso de macramé, pero no podemos abusar de ella (después de todo, quién nos va a creer que tomamos dos cursos de macramé). Otra forma de llenar el informe de actividades es apoderarse vorazmente de todo el quehacer divulgativo y no dejarles ni migajas a los demás. Para eso tenemos que hacer creer a todos que nadie nos iguala —a insultos y golpes si es necesario. No crean (tontamente) que esto es signo de inseguridad. No se figuren que esta conducta es propia de quien se sabe incapaz. No: el gritar y manotear, el aplastar al otro, el ilustrar la propia valía a punta de fregadazos delata también al individuo actualizado, que vive en su época. De modo que, además de productivos, podremos presumir de modernos.
El reciclaje en esta época es una virtud. Qué bueno, porque podemos aprovecharlo para fingir productividad. Si tienes que escribir un artículo, no lo escribas, sácalo de tus archivos. Si tienes que hacer una exposición, no la hagas, sácala de tu bodega. El divulgador sagaz y postingenuo sabe que las cosas hay que hacerlas rápido, no bien. Al que se retrasa por insistir en la calidad, le comen el mandado los otros divulgadores sagaces y postingenuos.
Porque, en efecto, los hay. Y esos otros divulgadores sagaces y postingenuos no se privarán de hacernos a nosotros lo mismo que nosotros les hacemos a ellos, los muy cochinos. Esos otros salvajes recurrirán a las más sucias estratagemas, como criticarnos o escribir artículos satíricos en este mismísimo boletín (aunque dudo que el editor lo permita). Para neutralizarlos es imperativo rechazar sus críticas con la violencia que sea necesaria. Échenles a la cara las frases “cómo te atreves”, “tú no eres nadie para” y desde luego “chachalaca”. Si la crítica se mantiene pese a este inteligente razonamiento, entonces échenle la culpa al vecino y así matan dos pájaros —o a dos colegas— de un tiro.
Por cierto, “colegas” ¡mis polainas! Es más, no sé por qué estoy yo aquí, de menso, dándoles consejos para aumentar su productividad. Rásquense con sus propias garras y que gane el más sagaz y postingenuo.
O sea, yo.

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