Por más que queramos
no podemos superar todos los obstáculos que la vida le pone a la divulgación de
la ciencia. Los tropiezos más comunes y discutidos son la falta de dinero, la
ignorancia del público y la ignorancia de los colegas, pero hay un impedimento
que, aunque más común, se discute poco, quizá por buenas razones: la ignorancia
propia. Reconociendo que hay vastas regiones del país de la ciencia que no
puedo aspirar a hollar --y menos a explorar-- en un lapso razonable, me alegré
mucho cuando, recientemente, oí a una persona declarar en un tono adusto que no
dejaba duda de que sabía lo que decía: “La biología no es ciencia”.
No vayan a pensar que
esta persona era un ignorante cualquiera. No, era un investigador. Tampoco era
un investigador cualquiera: era físico. Los físicos --¿hace falta decirlo?-- lo
saben todo, y lo que no, lo pueden deducir de la mecánica cuántica. Después de
todo, el universo conocido y zonas aledañas se reducen a la mecánica cuántica y
sin ésta no se puede entender nada, ¿no? Que todavía haya necios que insistan
en estudiar química, ingeniería, sociología, economía y esas cosas sólo
demuestra un hecho lamentable: que en este mundo hay más ignorancia de la que
pensábamos.
De modo que la
biología, que desde el advenimiento de la mecánica cuántica podemos considerar
como un mero apéndice de la física (como todo lo demás), ni siquiera es
ciencia. Nada más de pensar en el tiempo que perdí leyendo El origen de las especies, los libros de Stephen Jay Gould y quién
sabe cuántos artículos y libros más sobre Darwin, la evolución y la genética se
me pone la carne de gallina. ¡Tonto de mí! Pero se acabó. No pienso dedicarle
ni un segundo más a la biología, esa superchería.
Ya me habían dicho a
mí que el contacto con los investigadores era salutífero para un divulgador.
Ahora lo creo a pie juntillas. Gracias al veredicto que pronunció aquel sabio
sobre la mal llamada “ciencia biológica” (¡esa superchería!), en adelante me
puedo ahorrar mucho tiempo y mucho sentimiento de culpa. En efecto, ahora sé
que muchas cosas que no entiendo no son ciencia, de manera que no hay por qué
acongojarse. Sólo me gustaría que mi sabio investigador tuviera a bien
informarme qué otras cosas que yo había supuesto ciencias no lo son.
Entre tanto, he aquí
lo que quiero proponerles, colegas y compañeros. Como ya señalé, no se puede
esperar que uno lo sepa todo, y mucho menos que se ponga a leer e informarse.
¡La vida es breve! Al mismo tiempo, tampoco podemos ir por ahí diciendo “no sé”
a cada rato, ¡qué vergüenza para el gremio! Propongo, pues, que hagamos como
este investigador y vayamos proscribiendo de la ciencia todo lo que no nos
gusta o de lo que no tenemos la menor idea. No que mi investigador lo haya hecho
por eso, claro. Él sin duda reflexionó muchísimo antes de afirmar que la
biología no es ciencia. Lo que en nosotros será ignorancia en él, por supuesto,
fue sapiencia.
Para volver a lo
nuestro, desacreditando lo que ignoramos se salva el honor de la profesión: lo
que no es ciencia no se nos puede exigir que lo sepamos. Por si fueran pocas
las ventajas de este proceder, mientras más campos vayamos desterrando del país
de la ciencia, menos vasto será el país de nuestra ignorancia.
De ahora en adelante
cada vez que salgan a colación temas sobre los que no tengo ni la más remota
idea, en vez de quedarme calladito o decir “no sé”, declararé --teniendo
cuidado de adoptar un tono convenientemente adusto y al mismo tiempo burlón--:
“eso no es ciencia”. Y lo haré con más confianza que muchos de ustedes, porque,
después de todo, soy físico y los físicos jamás herramos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario